jueves, 5 de mayo de 2011


Se habían abierto varias tabernas para proporcionar a los legionarios todo un abanico de brebajes locales,así como vino transportado en barco desde el continente por aquellos mercaderes dispuestos a arriesgar sus embarcaciones en los mares invernales a cambio de unos precios elevados.
Los lugareños que no estaban sacando dinero de sus nuevos amos miraban con desagrado a los extranjeros borrachos que salían de las tabernas y volvían a casa tambaleándose,cantando a voz en cuello y vomitando ruidosamente en las calles.Al final,a los ancianos de la ciudad se les acabó la paciencia y enviaron una comisión para que hablara con el general Plautio.Le pidieron con educación que,en interés de los recientes lazos de alianza que se habían forjado entre los romanos y los trinovantes,tal vez fuera mejor que a los legionarios no se les permitiera más la entrada en la ciudad.Aunque comprendía la necesidad de mantener una buena relación con los habitantes del lugar,el general sabía también que se exponía a un motín si les negaba a sus soldados un desfogue a las tensiones que siempre se generaban durante los largos meses que pasaban en los cuarteles de invierno.Por lo tanto,se llegó a un acuerdo y se racionó el número de pases distribuidos a los soldados.Como consecuencia de ello,los soldados estaban aún más decididos a correrse una juerga salvaje cada vez que se les permitía ir a la ciudad.
-¡Hemos llegado!-exclamó Macro triunfalmente-.Ya os dije que era aquí-
Se encontraban ante la pequeña puerta tachonada de un almacén construido en piedra.Una ventana con postigos atravesaba la pared unos pocos pasos callejón arriba.Un cálido resplandor rojizo rodeaba el borde de los postigos y se oía el alegre barullo de las vocingleras conversaciones del interior.
-Al menos no hará frío-dijo la chica más joven en voz baja-.¿Tu crees,Boadicea?
-Creo que más vale que sea como dices-replicó su prima,y llevó la mano al pestillo de la puerta-.Venga entremos.
Horrorizado ante la perspectiva de que una mujer lo precediera al entrar en una taberna,Macro se metió torpemente entre ellas y la puerta-
-Esto,permíteme,por favor,-Sonrió tratando de fingir buenos modales.Abrió la puerta y agachó la cabeza bajo el marco.Su pequeño grupo lo siguió.La cálida atmósfera viciada,cargada de humo,envolvió a los recién llegados y el resplandor de la lumbre y varias lamparas de sebo parecía extremadamente brillante comparado con la oscuridad del callejón.Unas cuantas cabezas se volvieron para inspeccionar a los que acababan de llegar y Cato vio que muchos de los clientes eran legionarios fuera de servicio,vestidos con gruesas túnicas y capas militares de color rojo.
-¡Vuelve a poner la madera en el agujero-gritó alguien-antes de que se nos congelen las pelotas!
-¡Cuida tu lenguaje!-le respondió Macro con enojo-.¡Hay damas presentes!
Hubo todo un coro de abucheos por parte de los demás clientes.
-¡Ya lo sabemos!-exclamó riendo un legionario cercano a la vez que le tocaba el culo a una camarera que pasaba con un montón de jarras vacías.Ella soltó un grito y se dio la vuelta rápidamente para dejar caer una hiriente bofetada antes de largarse al mostrador situado en el extremo más alejado de la taberna.El legionario se frotó la colorada mejilla y volvió a reírse.
-¿Y tú recomiendas este lugar?-preguntó Boadicea entre dientes.
-Dale una oportunidad.Yo me lo pasé fenomenal la otra noche.Tiene ambiente,¿no te parece?
-No hay duda de que lo tiene-dijo Cato-.Me pregunto cuanto rato pasará antes de que empiece una bronca.
DEL LIBRO "LAS GARRAS DE ÁGUILA" DE SIMON SCARROW

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