lunes, 9 de agosto de 2010



Dice Ángeles Muñoz, alcaldesa pepera de Marbella: «Michelle Obama podía haber escogido cualquier lugar del mundo, pero ha venido a escoger el nuestro» (La Vanguardia). Para ella, es un honor. Para nosotros, un expediente X.
¿Qué asesor, qué agente de viajes perverso o qué severo trastorno del sentido del buen gusto pueden llevar a alguien a escoger, de cualquier lugar del mundo, Marbella? Si el dinero no es obstáculo para visitar cualquier paraíso, ¿quién quiere ir a ese secarral alfombrado de campos de golf, a ese monumento a la irresponsabilidad ecológica, a ese enorme zurullo plantado sobre los recursos hídricos de Andalucía? Si se ha de dar ejemplo, ¿por qué asistir a esa orgía especulatoria entre constructores y empresarios turísticos aliados para hinchar un poco más la burbuja en que vivimos? Si se es la primera dama, ¿por qué viajar a la capital del glamour hortera y el provincianismo vestido de seda?

¡Que incluso dos agencias publicitarias tuvieron que descolgar, a regañadientes, la pancarta colocada en San Pedro de Alcántara de Welcome Obama Family! Sí, cierto, hemos dejado atrás los días del gilismo... ¡Pero la sombra de Bienvenido Mr. Marshall es larga!

Existe una explicación, pese a los tres párrafos de tenaces interrogantes. Teorizan que Barack Obama, que ni en verano deja de velar por el mundo, sabe que España anda necesitada de confianza y que enviar a su esposa a veranear aquí, con el eco mediático que conlleva, podría desfibrilar nuestra economía. Eso está muy bien, pero ¿le han contado a Barack eso de que España está más hundida que otros países precisamente por culpa de la loca fe en el ladrillo, el resort y desmadres de lujo de cartón como Marbella? Miren que, si en la Costa del Sol se lo creen otra vez, acabaremos por asumir que la manera de salir del hoyo es seguir cavando.

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